lunes, enero 23, 2006

Mi habitación y yo

Una pequeña habitación oscura con la tenue llama de una vela rompiendo la armonía dibujando sombras en las paredes. Las noches se hacían cortas entre el humo de una pipa y lentos sorbos de alcohol. Las mañanas eran para otros, él las dormía.

Libros, decenas de ellos esparcidos sin otro orden que el azar. Acompañando ese cálido desorden discos de música y ropa que se amontonada encima de una cama deshecha. Una cama estrecha, justa para uno donde a veces dormían dos con el único testimonio de unos pósteres que rellenaban las paredes mal pintadas de blanco.

Ese habitáculo que tan dulce lo acogió. Él nunca había sospechado cuánto se puede echar de menos el pasado.

domingo, enero 15, 2006

El otro lado del espejo y yo

Masoquismo, un palabra que me define bien. No contento con una bitácora, he creado, por así decirlo, una web de corte parecida a esta (he robado vilmente el diseño general). No será un blog propiamente dicho, será un pequeño compendio de los relatos cortos o poesías que ido dejando por estos mundos.

Algunas sigo reservándolas en espera de que algún día puedan ser presentadas en algún certamen. Las otras, esas que he puesto en varios foros, sobretodo de ociojoven se verán recogidas en este nuevo espacio. Está en proyección y por ahora no podrá ofrecer la posibilidad de insertar comentarios.

Su nombre, el otro lado del espejo, y poco a poco se irá viendo ampliada. Su intención, bueno supongo que no hay otra de que me gusta sentirme leído.

Hasta la próxima.

jueves, enero 12, 2006

El pasado y yo

Me hicieron recordar el otro día cuando era adolescente. Apenas tenía que afeitarme un pelo incipiente. Quedábamos en casa de un amigo al salir de clase los viernes, y en vez de salir nos sentábamos tres o cuatro en un ordenador y le dábamos a la tecla durante horas, por rigurosos turnos o por inspiración, lo que se terciase. Cada uno escribía pequeños escritos y a continuación lo leía a los demás que daban su veredicto.

Andaba pensando en ellos cuando de repente lo recordé. En un lugar oscuro de mi disco duro aún existían, al menos los míos. Me los llevaba en disquetes para casa. Busqué, y en efecto allí estaban impávidos al paso de formateos y variopintos virus que han hecho estragos en mis anteriores equipos.

Y los fui leyendo. Errores ortográficos, gramaticales y un redactado simple. Lo típico en un chaval de dieciséis o diecisiete años, que aprueba las lenguas a duras penas. Pero aún conservaban algo, esa bendita inocencia que se pierde cuando te haces mayor, cuando das tu primer beso, cuando estás en la cama por primera vez. Ya nunca seré capaz de hacer algo parecido, me guste o no, me he hecho mayor.

lunes, enero 09, 2006

La muerte y yo


Ayer fui a ver mi abuelo paterno. Sentado en su butaca, en la que siempre le vi cuando iba a su casa. Pero ya no es como antes. Era un hombre fuerte, toda la vida bregando entre ladrillos y cemento, de joven boxeador y campeón de dominó en el bar que pasaba sus horas después del trabajo. Ahora, es un hombre débil, apenas abre los ojos, vive permanentemente débil. Descoordiando, cae si se levanta. Ni asearse puede.


Ha perdido toda ilusión por la vida. Desde que los pulmones y el corazón le fallaron, nada ha vuelto a ser igual. La fuerte medicación hizo el resto. Perdió visión y con ello el carné de conducir, obligado a permanecer en casa fue demasiado duro para su moral, un hombre que siempre temió la muerte. Acostumbrado a estar en casa sólo para cenar y dormir, la idea de no poder ir a ningún lado que se le antojase, de depender de los demás se le ha hecho demasiado cuesta arriba.


Cuando lo veo, noto que la vida se le escurre entre unos dedos que ya no la estriñen para que se quede. De esta saldría con férrerea voluntad, con las ganas de quien aún tiene muchas cosas por hacer; pero no es así. Todos esperamos resignados, impotentes, que algún día el teléfono suene con la fatídica noticia. La noticia de que se ha liberado de su tormento.
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